Hoy estuve toda la
tarde escribiendo.
Me sentía mal.
Llovía.
El cóctel perfecto.
Ha llegado el otoño
aunque creo que nunca
se ha ido,
al menos aquí.
Aquí siempre es otoño
y nada crece a su
gusto,
nada crece en la dirección correcta.
Me he comido dos
manzanas.
Seguía lloviendo.
También he comprado un
par de libros de poesía
sin levantarme de la
silla.
Tienen una bonita
portada,
vistosa y colorida.
El título es
atractivo,
los dos.
Las gotas caen a
balazos
pero no matan,
solo empapan la ropa
que mamá ha dejado
olvidada en el tendal.
Ahora ya es demasiado
tarde para
rescatarla.
Los cuervos se
refugian bajo las hojas
de un castaño
como los viejos al
salir de misa.
Y llueve.
Y no tiene pinta de
que vaya a parar.
Y comienza a
levantarse una niebla
trenzada con muchísimo
cuidado.
Blanca.
Lenta.
Suave.
Suave.
Como un vestido de novia
olvidado en el armario.
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