TE DIRÍA MIL COSAS


Marcel Swann


Te diría mil cosas
aunque solo basta una.
Te diría mil cosas.
Madrid está llena de gente desconocida.
Solo bastaría una,
solo una,
hoy no me apetece.
Todas las chicas van iguales,
demasiados autos,
demasiados zapatos
impactando en la calle.
Te diría mil cosas,
necesito una,
una,
una,
solo una,
me bastaría,
me basta.
Hoy no hace frío,
es un día de tregua en invierno,
un de día de alto el fuego.
Te diría mil cosas,
aquí,
aquí mismo,
te diría mil cosas,
una,
una,
una llega para complacerme.
Una bastaría,
una solo,
solo una,
una bastaría,
una es suficiente.
En el metro cada cual va a lo suyo.
El hombre mal peinado está leyendo la novela
de un autor con apellido extranjero.
La chica del pearcing sobre el labio
duerme apoyada en la esquina
y entre los vaivenes del vagón
no se despierta de esta tarde larga,
creo que ha perdido su parada.
Te diría mil cosas,
te las diría ahora
en este caos
en este choque de cuerpos sin cuerpo,
te diría mil cosas,
una solo,
solo una,
una,
una,
una,
bastaría,
solo una,
una,
una,
es suficiente.

CUANDO CAMINAS DESCALZA SOBRE LA MADERA


Aladdine Sane

Cierra los labios
y provoca el silencio
en esta habitación casi vacía.

Desnúdate,
déjame ver la piel de mármol
que descubre la claridad
más allá de la cortina.

Dame un sorbo de tu café.
Está demasiado frío
para esta mañana también fría.

Me encanta esa camiseta blanca que llevas
con Bowie mirándome atarvesado por un rayo de colores.
Aún así, no te va a servir de nada,
en un rato estará mal descolgada de la silla
o debajo de la cama
junto al resto de cadáveres.
Pon el vinilo sobre el plato con cuidado
y espera a que suene la trompeta.
Ahórrate el: no sé cómo coño te dá ahora por el jazz.
Sería la décimotercera vez que lo dices esta semana
y ya sabes de sobra la respuesta.

Te haría desaparecer a mordiscos.
Voila!

Ámame antes de que
se acabe el día,
una vez más

que no será la última,
eso espero…

Eres propensa a evaporarte
y aparecer a las tantas en un bar
silbándome como un perro.

UN POEMA QUE NO TENÍA NOMBRE


Escena Paris–Texas [Win Wenders]


Ella era un culo inquieto.

Se levantaba temprano
de una cama siempre limpia,
de unas sábanas siempre limpias,
de un cuerpo siempre limpio
excepto aquellas noches prohibidas
en las que éramos salvajes.

Le encantaba el café
[supongo que aún le encanta]
y que la cocina oliese a café
y que el pasillo,
con cuadros del mercadillo,
oliera a café.
Yo le decía que el olor a café
no va más allá de la circunferencia
de su taza ilustrada con un corazón cursi
y una frase cursi.

Le gustaba saltar en el sofá,
caminar en bragas y descalza por el piso,
espiar a los vecinos tras la ventana:
¡shhhhhhh no hables tan alto!

comprar vinilos de los setenta,
los pantalones abiertos por las rodillas,
el jazz y la música disco
[a mí, aquella mezcla, se me atragantaba
en mitad de la tráquea]
y hacerlo en cualquier parte
y a cualquier hora:
follar no tiene agujas, cariño.

Se pintaba los labios solo para andar por casa:
quiero estar guapa para ti,
el mundo tiene que vernos tal y como somos.

Le hacía versos con cualquier cosa,
con cuatro trapos,
con una cucharada de azúcar
o una falta de ortografía
y ella me dejaba la marca del mordisco en la piel:
un día de estos te como enterito.

Soltaba un montón de tacos en sus sintaxis,
coño, ostia, joder
A mi eso me gustaba
y sonreía
y ella hacía un corte de manga a las palomas
que estaban en la plaza
y después me callaba con un beso sin tregua:
la imperfección es lo que los hace humanos,
tú y yo somos animales.

Silbaba a su gato
como si fuera un perro,
discutía con su madre de política,
peinaba el bigote de su padre
y le llamaba viejo,
hacía globos enormes con el chicle
y los pinchaba
con las uñas pintadas de rojo.

A veces lloraba
y no sabía el motivo:
supongo que el mundo
es triste de por sí
a pesar de que finjamos ser jóvenes
y que nada importa más que nosotros,
pero todo es una jodida mierda.
Yo le limpiaba las lágrimas con la lengua
y a ella de daba asco sentir la saliva
en los ojos.

Puso la oreja sobre mi pecho cientos de veces
para escuchar los latidos
y marcaba el ritmo en voz alta:
uno dos, uno dos, uno dos

y cuando no escuchaba nada
me preguntaba si estaba muerto
y yo le respondía que ya hacía tiempo
que era un cadáver:
entonces, tendré que resucitarte
con un poema de los nuestros.



TENGO FRÍO


Evelyn Bencicov

Me he desnudando desde que vine al mundo.
día tras día,
con la cachetada que da el pistoletazo de salida,
después del desayuno,
en el primer papá balbuceante,
a la hora de hacer la lazada imperfecta de los zapatos
o cuando un árbol era TODO menos un árbol.

Nunca he tenido tanto frío como ahora
y no hay manta que echarse a los hombros.