Reuters/M. Djurica
¿De qué se refugian
los refugiados?
Hoy del frío
en fronteras cálidas
en verano.
Esperan en una fila
bien ordenada
como judíos a punto de
entrar Auschwitz.
Llevan un cuenco en la
mano.
Aguardan una sopa que
solo sirve para calentar el cuerpo.
Me da vergüenza escribir
este poema.
Ayer
de la muerte que
llovía sobre los tejados de sus casas,
de sus salones con
televisión y un cómodo sofá,
de su cocina con la
cena en el fuego,
de la habitación donde
follaban
o dormían
o leían un libro sobre
la guerra.
Es vergonzoso, este
poema,
este poema no debería
de escribirse.
Hoy
de la nieve.
Son el mechón de una
octogenaria
a punto de pasar a
mejor vida.
Hacen una hoguera con
cualquier cosa,
incluso con cosas que
no arden.
La vida arde y se
consume muy rápido.
Se cubren los hombros
con mantas y plásticos,
con las almas de algún
conocido que no ha dado el salto,
que se ha quedado en
el páramo
atrapado en el alambre
de espino,
como Berlín con muro
o Mississippi
quemándose.
Como Ruanda de nuevo
con el machete en la mano.
Ayer
de los silbidos y la
metralla en las calles donde jugaban al fútbol,
donde se besaban a
media tarde
o simplemente
contemplaban los coches,
arriba y abajo,
y charlaban de sus
cosas mientras bebían té.
Lo siento,
este poema debería de
estar prohibido,
este poema es la mayor
vergüenza que he escrito.
Lo siento.
Es una vergüenza para toda la humanidad la situación de los refugiados que viven en el infierno sólo porque les ha tocado estar donde las armas deben hablar tan fuerte como sus fabricantes.
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